Vivimos en una época que proclama las bondades del sexo, lo promociona incansablemente, lo usa para vender todo y lo pone como barómetro para medir la sanidad de las relaciones de pareja.
Es tal la demanda de rendimiento que muchos que no pueden cumplir con ello, se ven catalogados o se catalogan como: eyaculadores precoces, anorgásmicas, o son torturados por inhibiciones del deseo.
Será que hay tantos “enfermos sexuales”? o será que los estándares de lo que pretendemos del sexo no pueden ser cumplidos?
La sexología a dado nombre a estas supuestas patologías y en este momento la mayoría de la gente que se identifica con la descripción del problema, se pone el rótulo sin necesidad de consultar.
Detrás de los problemas sexuales que nos perturban hay ideas y supuestos aun mas perturbadores: suponemos que mujeres y hombres deberían reaccionar de igual forma frente a los encuentros sexuales, suponemos que las mujeres son lentas o que los hombres son rápidos; suponemos que si nos queremos, el sexo debería funcionar de maravillas; suponemos que el ardor amoroso del primer tiempo nos debería acompañar toda la vida. Esto y otros temas mas constituyen el sexo mítico que la cultura, la medicina y también la sexología promueven y prescriben.
Nosotros pensamos que muchos de los problemas relacionados con el sexo se solucionan con palabras, aprendizajes y conocimiento.
Pero por sobre todo este grupo piensa en contextos: pensamos en las relaciones, los lugares, los poderes y los sentimientos dentro de los cuales el sexo se desarrolla.
Y también pensamos en ciencia: que se sabe hoy en día con respecto a como es el sexo humano desde sus fundamentos biológicos y como esto repercute en nuestra sexualidad, relacionando el conocimiento con los pedidos sociales y personales al sexo.
Los invitamos a compartir este espacio de nuestras conversaciones y reflexiones.



lunes, 10 de junio de 2013

Verdades y mentiras acerca de los psicofármacos en el tratamiento de la ansiedad

A diferencia de los fármacos utilizados en el tratamiento de enfermedades como la hipertensión arterial, la diabetes, el hipotiroidismo, etc, los psicofármacos tienen lo que podría denominarse “mala prensa”.
Quizás la indicación indiscriminada y/o indefinida de este tipo de moléculas por parte de la comunidad médica haya contribuido a explicar esa diferencia. Muchos colegas suelen “recetar adicciones”, no en la acepción precisa del término, sino en el sentido de recetar psicofármacos en forma indiscriminada e indefinida en el tiempo, sin controles periódicos que aseguren la conveniencia, o no, de continuar prescribiendo el fármaco recetado inicialmente. Desde ya, es sabido que los psicoterapeutas y ciertas psicoterapias prescriptas por estos, tampoco están exceptuadas de esta particular forma de mala praxis.
Otro aspecto a tener en cuenta respecto a la cuestión de la dependencia de la medicación tiene que ver con la “relación” que se establece con el psicofármaco.
Es más probable que quien recibe la indicación de ser medicado como única intervención en un trastorno de ansiedad, establezca una relación de mayor dependencia con la medicación que quien capitaliza los efectos terapéuticos de esta para lograr un aprendizaje de recursos propios, aprendiendo mediante la psicoterapia a modificar, por ejemplo, los temores de incontrolabilidad e intolerancia a la incertidumbre, característicos de la ansiedad.
Ahora bien, también existen factores propios o específicos atribuidos a estos fármacos que se desprenden de las características propias de la población ansiosa y del hecho que los psicofármacos actúan en un órgano tan “misterioso” como lo es el cerebro.
Cuando los pacientes ansiosos acceden a tomar la medicación prescripta y comprueban el alivio sintomático que el fármaco les provee, pueden en todo caso presentar temores llegado el momento de comenzar a retirarlo, pero nunca aumentan por su cuenta la dosis indicada por el profesional tratante, ni quedan “pegados” como se dice popularmente.
Otra de las razones frecuentes por las que muchas personas se resisten a tomar psicofármacos se debe a la información errónea acerca de la medicación, particularmente información que circula en Internet.
Los psicofármacos más utilizados para tratar los trastornos de ansiedad son los ansiolíticos, los antidepresivos y ciertos antiepilépticos. Los antidepresivos y antiepilépticos no causan dependencia, sólo los ansiolíticos son causa potencial de dependencia, particularmente en personas que presentan antecedente de dependencia a sustancias tanto legales como ilegales.
La mayoría de las personas que toman circunstancialmente ansiolíticos en algún momento de su vida no generan dependencia al fármaco. La “dependencia” puede manifestarse a la hora de retirar el ansiolítico por el beneficio que el paciente ha sentido en la yugulación de sus síntomas iniciales de ansiedad, sobre todo, como mencione anteriormente, si el único tratamiento indicado para el trastorno ansioso ha sido la medicación. El retiro programado y paulatino de un ansiolítico supervisado por un especialista no trae inconvenientes en la gran mayoría de los casos.
Otro mito frecuente en la población respecto a los psicofármacos se refiere a quedar “dopado” o no poder desarrollar las actividades diarias habituales. Si bien en un principio los ansiolíticos pueden causar cierta sedación o somnolencia, si la dosis de inicio es adecuada respecto a los antecedentes personales, las características del psicofármaco y al monto de ansiedad, la eventual sedación no debiera impedir el normal desenvolvimiento de la persona, para dar lugar al efecto ansiolítico que es el efecto buscado.
Los ansiolíticos como cualquier psicofármaco debe tomarse por un determinado tiempo para luego retirarse en forma escalonada, excepto en aquellos casos en los que habiendo intentado retirar la medicación se produce una recaída y en los casos en que el profesional sospecha que la medicación, por las características del trastorno, como puede ocurrir en el Trastorno Obsesivo-Compulsivo, requiere de una indicación a largo plazo, a veces de por vida, tal como ocurre en enfermedades clínicas como la diabetes o el hipotiroidismo.
Otra cuestión que genera a veces desconcierto en las personas que consultan por padecer un trastorno de ansiedad, es la indicación de tomar un antidepresivo. La primera reacción, entendible de la persona que consulta es preguntar, “por qué un antidepresivo si yo no me siento deprimida/o”? Sucede que al igual que la aspirina, por ejemplo, indicada tanto para bajar la fiebre, como para calmar un dolor o como antiagregante plaquetario, los antidepresivos, desde hace más de veinte años, se utilizan en el tratamiento de la depresión mayor y en el tratamiento de los trastornos de ansiedad, como el trastorno de pánico, el trastorno de ansiedad generalizada, el trastorno por estrés postraumático, el trastorno de ansiedad social y el trastorno obsesivo-compulsivo.
Finalmente, cabe mencionar que los antidepresivos demoran un cierto tiempo en ejercer sus efectos terapéuticos (entre dos y tres semanas) y que hasta tanto eso suceda es probable que ocasionen efectos indeseables, tales como un ligero mareo o cefalea, sensación de irritación gástrica o náuseas. Transcurrida esta primera fase la medicación se tolera bien, habiendo muy pocos abandonos debido a reacciones adversas.

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