Padres
y amantes
– El
Mundo - España
M. Pérez,
J.J. Borrás y X. Zubieta
Casarse, vivir juntos, tener hijos... Esas son
las aspiraciones cumbre de muchas personas cuando están viviendo su historia de
amor. La pena es que, muchas veces, al tener hijos olvidan su condición de
amantes y el papel de padres pasa a ocupar todas sus energías. Sí, todos
sabemos que la crianza de un hijo requiere esfuerzo y que es una gran
responsabilidad, pero es una verdadera pena que al convertirse en padres
renuncien al disfrute del amor y el sexo.
Es verdad
que en épocas no lejanas, para muchas personas, el sexo estaba ligado a la
reproducción. El papel de la mujer estaba confinado a la maternidad y al
cuidado de los hijos. Así, cuando la regla se retiraba, el sexo perdía sentido.
De hecho, para muchas de ellas era incluso una liberación. A bastantes mujeres
les ha tocado vivir exclusivamente pendientes del ejercicio de su rol de amas
de casa −sin mayor aspiración que cumplir con sus obligaciones familiares−. De
esta forma, cuando los hijos empezaban a independizarse podía aparecer el
síndrome de nido vacío, sintiendo que su rol carecía de sentido −y,
consecuentemente, su vida también−.
Ciertamente,
el papel de madre es muy importante, así como el de padre. Sin embargo, resulta
imperdonable descuidar papel de amante y compañero, cuando, además, a los hijos
les encanta y les da seguridad ver a sus padres enamorados. Las consecuencias
de no haber cultivado la relación de pareja pueden ser nefastas.
Nosotros
hemos podido ver en consulta los efectos de estas crisis de pareja. A veces se
aducen razones económicas a la falta de dedicación a la pareja. Se argumenta
que no se tiene dinero para salir a cenar o para una baysitter, y mucho menos
para todo un fin de semana. No obstante, lo más importante siempre es la
actitud. Se pueden buscar estrategias, como dejar a los niños con familiares y
amigos, devolviendo el favor. Unos pacientes acordaron turnarse con sus amigos
para quedarse con los niños el sábado por la noche hasta el domingo por la
mañana. Así, la otra pareja podía disfrutar de toda la noche del sábado, sin
estar pendientes de sus hijos; y los niños lo pasaban bien con sus amiguitos.
El huerto
que no se riega, se seca. Y si no se sufren las consecuencias antes, puede
llegar el día en que se encuentren con la casa vacía de hijos, con una pareja
con la que no tienen nada que compartir, convirtiendo la jubilación −ese
periodo de la vida que podría ser una juventud más sabia− en un camino triste
hacia la vejez.
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