Vivimos en una época que proclama las bondades del sexo, lo promociona incansablemente, lo usa para vender todo y lo pone como barómetro para medir la sanidad de las relaciones de pareja.
Es tal la demanda de rendimiento que muchos que no pueden cumplir con ello, se ven catalogados o se catalogan como: eyaculadores precoces, anorgásmicas, o son torturados por inhibiciones del deseo.
Será que hay tantos “enfermos sexuales”? o será que los estándares de lo que pretendemos del sexo no pueden ser cumplidos?
La sexología a dado nombre a estas supuestas patologías y en este momento la mayoría de la gente que se identifica con la descripción del problema, se pone el rótulo sin necesidad de consultar.
Detrás de los problemas sexuales que nos perturban hay ideas y supuestos aun mas perturbadores: suponemos que mujeres y hombres deberían reaccionar de igual forma frente a los encuentros sexuales, suponemos que las mujeres son lentas o que los hombres son rápidos; suponemos que si nos queremos, el sexo debería funcionar de maravillas; suponemos que el ardor amoroso del primer tiempo nos debería acompañar toda la vida. Esto y otros temas mas constituyen el sexo mítico que la cultura, la medicina y también la sexología promueven y prescriben.
Nosotros pensamos que muchos de los problemas relacionados con el sexo se solucionan con palabras, aprendizajes y conocimiento.
Pero por sobre todo este grupo piensa en contextos: pensamos en las relaciones, los lugares, los poderes y los sentimientos dentro de los cuales el sexo se desarrolla.
Y también pensamos en ciencia: que se sabe hoy en día con respecto a como es el sexo humano desde sus fundamentos biológicos y como esto repercute en nuestra sexualidad, relacionando el conocimiento con los pedidos sociales y personales al sexo.
Los invitamos a compartir este espacio de nuestras conversaciones y reflexiones.



lunes, 2 de marzo de 2015

Padres y amantes

Padres y amantes
– El Mundo - España
M. Pérez, J.J. Borrás y X. Zubieta

Casarse, vivir juntos, tener hijos... Esas son las aspiraciones cumbre de muchas personas cuando están viviendo su historia de amor. La pena es que, muchas veces, al tener hijos olvidan su condición de amantes y el papel de padres pasa a ocupar todas sus energías. Sí, todos sabemos que la crianza de un hijo requiere esfuerzo y que es una gran responsabilidad, pero es una verdadera pena que al convertirse en padres renuncien al disfrute del amor y el sexo.

Es verdad que en épocas no lejanas, para muchas personas, el sexo estaba ligado a la reproducción. El papel de la mujer estaba confinado a la maternidad y al cuidado de los hijos. Así, cuando la regla se retiraba, el sexo perdía sentido. De hecho, para muchas de ellas era incluso una liberación. A bastantes mujeres les ha tocado vivir exclusivamente pendientes del ejercicio de su rol de amas de casa −sin mayor aspiración que cumplir con sus obligaciones familiares−. De esta forma, cuando los hijos empezaban a independizarse podía aparecer el síndrome de nido vacío, sintiendo que su rol carecía de sentido −y, consecuentemente, su vida también−.

Ciertamente, el papel de madre es muy importante, así como el de padre. Sin embargo, resulta imperdonable descuidar papel de amante y compañero, cuando, además, a los hijos les encanta y les da seguridad ver a sus padres enamorados. Las consecuencias de no haber cultivado la relación de pareja pueden ser nefastas.

Nosotros hemos podido ver en consulta los efectos de estas crisis de pareja. A veces se aducen razones económicas a la falta de dedicación a la pareja. Se argumenta que no se tiene dinero para salir a cenar o para una baysitter, y mucho menos para todo un fin de semana. No obstante, lo más importante siempre es la actitud. Se pueden buscar estrategias, como dejar a los niños con familiares y amigos, devolviendo el favor. Unos pacientes acordaron turnarse con sus amigos para quedarse con los niños el sábado por la noche hasta el domingo por la mañana. Así, la otra pareja podía disfrutar de toda la noche del sábado, sin estar pendientes de sus hijos; y los niños lo pasaban bien con sus amiguitos.

El huerto que no se riega, se seca. Y si no se sufren las consecuencias antes, puede llegar el día en que se encuentren con la casa vacía de hijos, con una pareja con la que no tienen nada que compartir, convirtiendo la jubilación −ese periodo de la vida que podría ser una juventud más sabia− en un camino triste hacia la vejez.


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